29 s 2
El malestar y las ganas de vivir estallan en Barcelona
La gente ha dicho basta. Las autoridades afirman que ha sido un grupo antisistema, jóvenes con estética okupa…. Pues no. Hemos sido nosotros. Ese nosotros que las furgonetas de la policía histérica persiguió durante horas por la ciudad sin poder encontrarlo. Ese nosotros que aplaudía cuando se rompían los cristales de El Corte Inglés. Ese nosotros que tomó la palabra en la primera asamblea realizada en el banco expropiado de la plaza Catalunya y dijo: “Tengo casi cincuenta años. Estoy en paro desde hace cuatro años después de trabajar toda la vida. Estoy desesperada pero esta okupación me ha devuelto la sonrisa”. En la dictadura democrática todo se puede decir y no sirve para nada. Sí, ciertamente. Pero que en un edificio de los más altos de la ciudad una enorme pancarta proclame “La banca nos asfixia, la patronal nos explota, los políticos nos mienten, CCOO y UGT nos venden… A la mierda” es una verdad demasiado insoportable para el poder. Porque además la gente acudía cada vez en mayor número. Y no había banderas ni consignas facilonas que ya nadie cree. El discurso tópico de la izquierda había quedado atrás. Éramos sencillamente vidas precarias que tomaban la palabra, y entonces asomaba toda la desesperación, y también las inmensas ganas de inventar caminos para resistir juntas. Para salir de esta cárcel en la que se ha transformado la vida. “A la mierda” era un grito de rabia. Pero poco a poco este grito se organizaba, se ampliaba, se enriquecía… y miles de voces lo hacían suyo. Para la dictadura franquista cualquier conflicto de orden público era causado siempre por una minoría, y el modo de descalificarla consistía en decir que se trataba de “estudiantes”. Estudiante era sinónimo de vago. Ahora la dictadura democrática insiste como siempre también en calificarnos de minoría, aunque en este caso nos llame vándalos y gamberros. No quieren saber que esa minoría – ese nosotros que se rebela contra esta realidad - es la que hace la historia. Cayó (parcialmente) la dictadura franquista. Sabemos también que tarde o temprano ese sistema de opresión y miseria será agujereado como un gruyere. Porque miles de personas están inventando miles de salidas. Y caerá. Ellos tienen el día. Nosotros tenemos la noche. No pueden identificarnos y nunca sabrán quienes somos. Por eso nos tienen tanto miedo.
Vidas precarias
La gente ha dicho basta. Las autoridades afirman que ha sido un grupo antisistema, jóvenes con estética okupa…. Pues no. Hemos sido nosotros. Ese nosotros que las furgonetas de la policía histérica persiguió durante horas por la ciudad sin poder encontrarlo. Ese nosotros que aplaudía cuando se rompían los cristales de El Corte Inglés. Ese nosotros que tomó la palabra en la primera asamblea realizada en el banco expropiado de la plaza Catalunya y dijo: “Tengo casi cincuenta años. Estoy en paro desde hace cuatro años después de trabajar toda la vida. Estoy desesperada pero esta okupación me ha devuelto la sonrisa”. En la dictadura democrática todo se puede decir y no sirve para nada. Sí, ciertamente. Pero que en un edificio de los más altos de la ciudad una enorme pancarta proclame “La banca nos asfixia, la patronal nos explota, los políticos nos mienten, CCOO y UGT nos venden… A la mierda” es una verdad demasiado insoportable para el poder. Porque además la gente acudía cada vez en mayor número. Y no había banderas ni consignas facilonas que ya nadie cree. El discurso tópico de la izquierda había quedado atrás. Éramos sencillamente vidas precarias que tomaban la palabra, y entonces asomaba toda la desesperación, y también las inmensas ganas de inventar caminos para resistir juntas. Para salir de esta cárcel en la que se ha transformado la vida. “A la mierda” era un grito de rabia. Pero poco a poco este grito se organizaba, se ampliaba, se enriquecía… y miles de voces lo hacían suyo. Para la dictadura franquista cualquier conflicto de orden público era causado siempre por una minoría, y el modo de descalificarla consistía en decir que se trataba de “estudiantes”. Estudiante era sinónimo de vago. Ahora la dictadura democrática insiste como siempre también en calificarnos de minoría, aunque en este caso nos llame vándalos y gamberros. No quieren saber que esa minoría – ese nosotros que se rebela contra esta realidad - es la que hace la historia. Cayó (parcialmente) la dictadura franquista. Sabemos también que tarde o temprano ese sistema de opresión y miseria será agujereado como un gruyere. Porque miles de personas están inventando miles de salidas. Y caerá. Ellos tienen el día. Nosotros tenemos la noche. No pueden identificarnos y nunca sabrán quienes somos. Por eso nos tienen tanto miedo.
Vidas precarias
1 comentario:
No sé cómo puede ser uqe nadie haya dicho nada aún a este texto!
Es brutal, a mí me tocó profundamente. Hace falta más gente alzando voces como la vuestra. Adelante, salut!!
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