viernes, octubre 26, 2007

AUTONOMÍA


¿Tras la derrota del movimiento obrero, tanto las prácticas como los objetivos de la autonomía obrera han quedado como anhelos imposibles?.

La única autonomía que queda es la que el capital ha puesto en el centro; la autonomía del yo, para que cada uno gestione el capital que su vida representa dentro del proceso de movilización total al que estamos abocados, es decir, que la autonomía del yo permite la construcción de una identidad dependiente del grado de sentido que puede entregar y del valor que puede añadir a la reproducción del capital.

Esa autonomía personal, esa autonomía del yo, es muy útil para elegir el color del coche que has de comprarte, pero su potencia para la resistencia frente a la administración de la muerte es casi nula.

Esa pretendida “libertad individual” no es más que el reflejo del miedo que cristaliza en la necesidad de seguridad; necesidad que llega a ser una imposición reclamada convirtiendo nuestro yo en una hipóstasis más del Estado. Cualquier teoría del Estado habrá de tener en cuenta esta paranoia constitutiva tanto del ser individual como del Estado. Se trata de la columna vertebral del Estado-Guerra.

La vieja autonomía obrera ofrecía una posibilidad real de comunicación entre iguales, era capaz de construir un lenguaje común porque la relación que se establecía entre los “autónomos” no estaba imperiosamente sobredeterminada por las necesidades del capital, sino que en su práctica (no sólo en sus objetivos) era capaz de negarlo. Allí el “nosotros” tuvo una de sus horas gigantes.

Hoy, cuando la autonomía del yo depende de tus habilidades en la política de relaciones para utilizar los códigos que la redundancia Capital-Estado impone, cuando toda la autonomía que éste nos permite es la práctica de “huertos autoexiliados” pero atrapados en los márgenes de sus designios o “cooperativas de autoempleo” en un proceso de degradación de nuestros sueños hasta convertirlos en mera nostalgia del antiguo tendero; hoy, la única autonomía en resistencia a un dominio tal, habrá de consistir en que uno mismo se autonomice del yo y su sentido común. La tarea del guerrero.

¡No serán las necesidades de mi yo las que dicten cual es mi guerra!.

Pero ¿es posible una lucha autónoma que resista sin el nosotros, cuando el único objetivo tras la derrota consiste en recuperar esa posibilidad de comunicación real que nos fue arrebatada?.

¿Cómo podremos arrebatarle al capital su pretensión totalizadora de los códigos comunicativos?

¿Cómo resistirse a las identidades que nos ofrece para asentar la seguridad de su control?

Acaso vaciarse, quitar puertas y cercas, atreverse a estar despierto mostrando la cicatriz al viento, aprehender el placer de desafiar el miedo desvelando que es el hijo y la madre de la misma seguridad, atreverse a habitar el vacío tras desalojar todos los cobardes agarraderos de nuestra alma constituida con toda la basura que se ha arrojado sobre “nosotros”.

Las formas organizativas de la lucha autónoma obrera se producían cuando una reivindicación organizada mostraba la fuerza de la clase convirtiendo la reivindicación en un acontecimiento que iba mucho más lejos puesto que abría un espacio para una práctica liberadora.

¿Es posible que hoy, una catástrofe o un acontecimiento fortuito en el territorio, propicien un espacio vacío de identidades susceptible de organizar autónomamente la resistencia?. Pero aunque así sea, o si ha de ser de otra forma habremos, en ese momento, de encontrarnos despiertos, con nuestra esperanza en acto, es decir, resistiendo sin estructura de la espera, quizás ya solos. Como auténticos guerreros de un tiempo sin épica posible. Porque como dice un amigo está todo por hacer y lo tenemos que hacer “nosotros”.

Miguel Ángel.